Text by Robert Moses
Translated by Samuel Melecio-Zambrano
Esto es una historia del momento
y como la comodidad ofende
hasta a nosotros mismos
Empiezo en el medio
Nos ofenden cuartos vacíos y sólo hay algunas respuestas a un cuarto vacío, la mejor es empezar, para entrar de nuevo y darse cuenta -otra vez- que nada es tan satisfactorio como permutar con el espacio por
un momento tenso
o el toque de movimiento 21sec
o ser engañado por la lindura imperfecta de cuerpos en un abrazo abusante de un espejo demasiado honesto
o la emoción de muslos en pantalones tan gastados
tan usados que ya no se pueden arreglar
tan andrajosos, luchando por sobrevivir bailarines en la persecución de historias creadas inmediatamente, que lo sientes por ellos
y nada satisfacerá como
historias tan frágiles, construidas tan convulsivamente, rasgadas, reconstruidas y viviendo al lado de los latidos que tocan futuros, bailados por otros al frente de nosotros en este momento y vividos en el próximo (ahora de nuevo por nosotros) antes que más muertos repetidos expresados en equivalente cantos de tiempo terminan en unos latidos del ritmo bajo, o una mirada de, o el sentido de....
es hora para empezar a entender
la forma en que los cuartos vacíos nos estremecen y perdemos la noción de la propiedad.
la singularidad de esta bestia es comprobada por las sensaciones que nos alimentan. Movemos y nos mueve el tirón de los nervios desencadenados por el encanto de las nalgas, el pecho, alcanzando tiempo, ahogando peso, elevando momentos, forzando perfección, empezando de nuevo, cuerpos respirando que insisten en todo a la vez, alegría al comienzo, amasando tensión, la ausencia de un movimiento que dura, nada más importa, exagerando, excitaciones pequeñas, anarquía calificada, alabanza inmerecida, deteniendo, derrocando, girando, la exuberancia, dientes, cabello, pies, quijada, espalda, estética hinchada con el movimiento, la relación compleja del espacio que cambia cada vez que alguien prefiere movimiento a la quietud, sintiendo artistas entrar sin verlas, sentidos hermanados que devoran el territorio del otro, la lengua del tamaño que actúa como símbolo, como el reto del espacio nunca termina,
la comodidad ofende
el olor del cuarto, la señal de una mirada y la seguridad de pisar la madera dura con el permiso de un asentimiento, negociar donde y como pararte, sentarte, o moverte mientras no estas bailando, los intentos de alcanzar alturas de legados que calentaron el cuarto, y calentándolo para los que vienen, miradas tiernas compartidas entre amigos incapaces de hacer hoy lo que fue hecho ayer, bajándose de un piso elástico, saliendo, y siendo conmovido por un levantamiento después de elevarte por hora y media, entrando a un aire raro y fresco, entrando a un mundo vacío e imaginándote que puedes hacerlo todo allí también.
Empieza ahí.
En el piso: lo tomamos, y nos engañamos por cada parte de su promesa, intuitivamente entendemos las posibilidades ofrecidas de dedos extendidos,
mientras la piel abierta nos da entendimiento preciso del precio inicial de la disciplina
para explorar esos traseros sensuales moldeados por vientres, espaldas, y muslos, las superficies variadas aceitadas y pegajosas que invitan a la conexión, planos seductores de arena, o un cielo de un gris jaspeado o arpillera colorada, o la presión de la madera en una capa singular, tablas apiladas una al lado de la otra como altares superpuestos y escalonados, cada tablero un templo retirándose infinitamente hecho de pergamino pulido grano a grano con sangre y carne, cedido con el tiempo y medido con vidas.
¿Es demasiado?
Si, a veces tenemos que controlarlo. Déjame bajarlo un poco. Intento de nuevo
Tomemos tiempo. Se va tan pronto que llega y es imposible de aguantar, pero tenemos control de él también. Podemos pararlo, podemos robar pedacitos, mostrarlo, lo doblamos y lo soltamos, lo cojemos, y hablamos con él, aprendemos de él mientras nos inmergimos en él. Nos casamos con él. Lo más que lo ayudamos a encontrarse, lo más tacaño se pone, no es limitado, pero si es impaciente. Se moverá, y con un sentimiento de pérdida, lo recordaremos y la relación especial que tuvimos con él.
La piel, la carne, y la sangre son nuestros registros; moretones, y dolores cuentan nuestra deuda y solvencia, no tan simple como sudor cayendo por la espalda o el abrir y cerrar de los libros de esfuerzo, la sensibilidad, soltando reglas, el tiempo gastado, o el reconocimiento de otra deuda. Esta relación es un impulso bajo y gutural para juntar a través de un tipo de movimiento que sólo cuerpos pueden crear, se sintió como un gruñido;
en este mundo refinamiento
e impulso se usan para alcanzar la pureza.
La habilidad de impulsos para mandar, nutrir, refinar, ilustrar, comunicar, provocar aspiración, alimentar conciencia y afilar tus pensamientos es crucial. El refinamiento es una jaula sosteniendo un perro que ladra. El baile es sentido como es mirado y hecho. Sin impulso y sin refinamiento, lo que trae la música, el teatro, el impacto se calla por un entendimiento vago de lo que hizo falta.
Somos ciudadanos de estos territorios
Eso es el comienzo.
Las vidas de las artistas no son misteriosas; son rituales clausurados, ofrendas de energía, y son actos de imaginación, tótems en tierras de tiempo, sensación y más. Estamos en servicio, en un sendero en medio de peregrinaciones proselitistas, a los que están dispuestos a escuchar con una mirada. Somos los heraldos de una época a la otra que nos abrumamos con profecías que valen la pena y tienen el efecto de la sabiduría materna perdida en los recién crecidos. Según pasa el tiempo, más se gana con cada declaración creativa. Cada momento que alarga los huesos y chupa tiempo pasa desapercibido hasta que la segunda naturaleza sigue y usamos todo lo que tenemos en lo que viene. A esta altura nueva alcanzas para otro escalón. Y aquí no hay secretos. Solo recuentos y esfuerzo.
Somos ciudadanos de estos territorios
Y por eso hay traiciones diarias de la clausura a los demás, a los que no están en el grupo, a los que escogen sus doctrinas, a los no creyentes: a la vida cotidiana.
Así debe ser
La última cosa que debe ser parte obvia de tu arte eres tú.
Mentira
el trabajo está ahí para enseñarnos de nosotros mismos; no lo está. La verdad es que a través del trabajo contamos lo que ya sabemos del mundo y de nosotros mismos. El trabajo solamente es sí mismo. Artistas son y no son su trabajo, mientras seguimos con esto, averiguamos que los dos son verdad. Pero los envases de donde vertemos (nuestras vidas) son frágiles y a los que vertemos (tu y este momento) implacables. Intentaré recordar eso.
Cruzamos los puentes de la humanidad que permiten el intercambio de saliva civilizadora. Esos puentes pueden aguantar y soportar cualquier cosa, pero no todo. No fracasan. Simplemente no pueden cargarlo todo y a veces eso incluye el “punto.”
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